– Virginia Alberdi Benítez –

 

Un área importante del arte cubano revela la conciencia étnica de los habitantes de la Isla Antillana. El encuentro entre África y Europa en la creación de la Nación determina esa "condición del alma" caracterizada por el antropólogo cubano Fernando Ortiz como el elemento esencial del carácter cubano.

No se trata solo de una categoría instrumental. Mientras que en Estados Unidos y Brasil se perfilan las identidades afroamericanas o afrobrasileñas, según el caso, en Cuba casi nadie se define como “Afrocubano”, lo que no quiere decir que no haya conciencia sobre la importancia del legado africano – de las mujeres y hombres africanos esclavizados y sus descendientes – en la construcción y desarrollo de la nacionalidad cubana. Esto viene de factores históricos.. Las luchas por la independencia del siglo XIX nacieron tanto de la necesidad de conseguir la emancipación política como de la abolición de la esclavitud.. La revolución inicial, liderado en la Región Oriental por Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre, 1868, pretendía separar a Cuba del Gobierno colonial español y también liberar a los esclavos. La abolición del régimen esclavista finalmente llegó en 1886, no sólo por la insostenibilidad económica de ese sistema ante el avance de las fuerzas productivas en el ámbito industrial, sino por el empuje de los movimientos sociales por la eliminación de la esclavitud.

El papel de los negros y mestizos fue decisivo en la segunda etapa de las luchas anticoloniales, a finales del siglo XIX, y tuvo una orientación integradora desde las bases populares de la insurrección. A ese proceso apunta el sociólogo cubano Fernando Martínez Heredia al afirmar que “los negros en Cuba se convirtieron en los negros cubanos con la revolución de 1895 y el orden de la identidad fue que desde entonces hasta hoy.” y agrega: “Por eso en Cuba decir afrocubano es un grave error si uno se refiere a los más generales., a la propia existencia de las personas. no hay tal, hay cubanos” y fue “un derecho conquistado”.

En el plano sociocultural, hace mucho tiempo, se estaba creando lo que Fernando Ortiz llamó “transculturación”, es, la unión o mestizaje de los elementos aportados por los diversos componentes étnicos reunidos en Cuba que fueron configurando una identidad propia y nueva mediante múltiples y complejas interrelaciones.

En la historia de las artes visuales, y el reflejo en ellos del legado africano, ese proceso transcurrió desde una mirada externa del folclore y las costumbres, a un interior, mirada original y consciente. La primera de estas miradas está contenida en los grabados y estampas del siglo XIX que representaban escenas de la esclavitud urbana en plazas y calles de las principales ciudades..

Fue en la primera mitad del siglo XX., después de haber logrado la independencia de la colonia, cuando esa realidad transcultural se hizo patente en el arte cubano, lo que coincidió con la asimilación de las vanguardias artísticas por parte de los artistas que a partir de éstas empezaron a pensar en una forma original de plasmar su sentido de su carácter indígena. Aunque el origen europeo occidental de las prácticas artísticas convencionales consagradas por los ejercicios académicos estaba fuera de discusión, lo verdaderamente novedoso consistía en tener en cuenta que la condición cubana no estaría completa sin las marcas provenientes de África y así coincidir con el mestizaje cultural.

Wifredo Lam (1902 – 1982) fue quien entendió mejor esto, sorprendentemente de su experiencia europea y sus intercambios con el movimiento surrealista, y su reencuentro con la realidad insular de los años 40 del siglo XX, cuando se vio obligado a abandonar París debido a la Segunda Guerra Mundial. En La Habana pintó dos obras famosas: “La selva” y “La silla”. Todo lo que Lam hizo a partir de ese momento expresó una concepción sincrética donde la energía y los ambientes espirituales de las culturas caribeñas se unen en una búsqueda incesante del alma cubana., en el que la etnia revela su africano, afluentes europeos y chinos y alcanza una dimensión integradora. Esa capacidad metafórica la explica el gran novelista y crítico cubano Alejo Carpentier con las siguientes palabras escritas en 1944: “Los ojos libres de imágenes preconcebidas o la según el arte caminos a la manera criolla, Lam comenzó a crear su atmósfera, por medio de figuras donde lo humano, que es animal, que es un vegetal, se mezclaron sin delimitaciones, creando un mundo de mitos primitivos, con algo ecuménicamente antillano, profundamente atado, no solo al suelo cubano, sino al suelo de todo el grupo de islas. Desconocedor del documento, su pintura sin anécdota local no podría haber sido concebida, Sin embargo, por cualquier artista europeo. Todo lo que es magia, lo que es imponderable, ¿Qué hay de misterioso en nuestra atmósfera?, aparece revelado en sus pinturas recientes con una fuerza impresionante. Hay cierto estilo barroco en esas composiciones exuberantes, en gravitación alrededor de un “eje sólido central”.

Pero Lam no fue el único en asumir el mestizaje desde las vanguardias. Visiblemente influenciado por Gauguin, Victor Manuel Garcia (1897. 1969) pintado en 1929 en París, “Gitana tropical”, y un retrato que resume los rasgos físicos del personaje mestizo. Many years later Servando Cabrera Moreno (1923. 1981), con sus “mujeres habaneras”, profundizaría esa amada visión que mencionaba el poeta Nicolás Guillén al señalar como meta la consecución del “color cubano”…

Una obra de referencia ineludible en la evolución del arte cubano es “El rapto de las mestizas”, by Carlos Enriquez (1900. 1957). fue pintado en 1938 y exhibido en la colección permanente del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, esta pintura recicla, partiendo de una perspectiva pictórica innovadora, “El secuestro de las sabinas”, por Poussin, ubicando la anécdota en el contexto rural cubano. Mediante el uso de una gradación cromática que privilegia las transparencias, el pintor pone en el centro a un grupo de mujeres cubanas mestizas en una acción llena de sensualidad, en el que se prevé la violencia de las pasiones y se ve a lo lejos el paisaje cubano.

Pero si de singularidades artísticas se trata habrá que fijarse en el caso de Roberto Diago Querol (1920. 1957) que dejó una huella significativa en el segundo cuarto del siglo XX, a pesar de su corta vida, porque murio teniendo solo treinta y siete años. El arte de Diago se explica por una triple condición: la pigmentación negra de su piel, su pertenencia a un núcleo familiar y social de notable importancia en la cultura popular cubana, principalmente en la música, y su ruptura con los códigos académicos estéticos en los que se formó. Las tradiciones espirituales de los descendientes de los esclavos y la interpretación de las leyendas antillanas se muestran en su pintura. "El oráculo" (1949) es uno de los primeros testimonios pictóricos de las prácticas rituales de la sociedad secreta abakuá, que se originó en el imaginario traído a Cuba por los esclavos provenientes del territorio de Dahomey (en el presente Benín). No solo en pintura, pero también en la escultura la expresión consciente del cubano etnia debe ser rastreado en esa etapa, de manera particular en dos creadores que, como diago, eran negros, pero cuyos ideales estéticos se proyectaron hacia la indagación del carácter cubano en su más pleno sentido en el concepto.

Teodoro Ramos Blanco (1902. 1972) esculpió figuras negras y mestizas a lo largo de una trayectoria artística que evolucionó desde el realismo académico hasta la estilización modernista, bajo la sombra guardiana de Rodin. Es interesante, aparte de la terminología inapropiada y eufemística para referirse a la pigmentación de la piel, lo que dijo el historiador del arte Luis de Soto sobre Ramos Blanco: “Excepto en lo que se refiere a la elección de sujetos, No creo que el factor étnico sea un elemento apreciable en la producción de Ramos Blanco. Hemos podido observar que sus obras inspiradas en temas de la raza negra superan la marca de lo individual., ¿Qué hay de las costumbres?, lo pintoresco y lo folclórico y social, revelando principalmente la inquietud del artista cuyo realismo no se ciñe a lo adjetivo o accidental del individuo, sino a la generalización de lo típico, lo sustantivo en el contenido expresivo de la escultura.”

Reconocido internacionalmente como uno de los maestros de la escultura del siglo pasado, Agustin Cardenas (1927. 2001), aunque desarrolló su carrera en Europa, vino de cuba, donde en los años 50 contribuyó con su talento a la irrupción del abstraccionismo. Pero como recuerda la poeta y ensayista Nancy Morejón, el tema de la identidad no fue ignorado por Cárdenas, pero “ese sentimiento ancestral que lo convierte en rico pariente de la tradición anónima de un África múltiple” se encauza en las tramas sutiles de la modernidad europea.

Para la historiadora del arte Yolanda Wood el perfil identitario cubano no debe verse sólo en los límites de lo que algunos llaman “racialidad”. Por eso nos llama la atención sobre otra forma de reflejar la etnia.: la vision de la cultura popular. Como ejemplos de eso, invita a admirar dos obras de Eduardo Abela (1891. 1965): “La comparsa” y “La rumba”. Sobre el último que escribe: “Se está revelando una presencia no ya de los negros, sino de lo negro en cuba, como un componente esencial de la cultura.”

Desde la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días ese “componente esencial” se ha multiplicado en la visualidad cubana a tal punto que merece otro comentario que prometemos a los amigos de Artemorfosis en un próximo artículo..